A continuación se presenta un texto integrado que combina la explicación introductoria sobre las teorías evolutivistas en el control motor, sus principales características y la crítica histórica de enfoques jerárquicos (particularmente el llamado cerebro triuno) a partir del texto de Anaya (2022). Esta entrada es un complemento que sirve como puente entre el enfoque reflexógeno y las teorías jerárquicas de Control Motor, profundizando en el carácter evolutivista que comparten ambos enfoques.
Contexto general: Teorías evolutivistas en el control motor
Como ya hemos visto en otras entradas, a lo largo de la historia, las teorías sobre control motor han pasado por diferentes etapas y corrientes de pensamiento. Inicialmente, los modelos basados en reflejos de Sherrington y Magnus (a comienzos del siglo XX) concebían el movimiento principalmente como respuestas reflejas encadenadas. Sin embargo, la creciente evidencia científica mostró que la conducta motora es mucho más compleja y no puede explicarse tan solo como la suma de circuitos reflejos.
De esta forma, surgieron las denominadas teorías evolutivistas y otros enfoques que ponían el acento en la maduración del sistema nervioso, la interacción con el entorno y la capacidad de reorganización (plasticidad) de las redes neuronales. Estas propuestas, que se basan en la evolución tanto filogenética (de la especie) como ontogenética (del individuo), ofrecieron una visión más flexible y dinámica del control motor que abarca:
La jerarquía neural en Control Motor como un punto de partida histórico: los centros superiores modulan e inhiben a los inferiores.
La existencia de ciertas fases por las que la persona debe pasar de forma lineal hasta adquirir el nivel más complejo de movimiento.
Cada una de estas fases lleva aparejada la maduración específica de una parte del sistema nervioso central, de forma que los niveles evolutivamente inferiores (o más antiguos) se relacionan con funciones más sencillas (como los reflejos), mientras que las áreas superiores (o más modernas) son las responsables de funciones más humanas (la marcha bípeda, cognición, comunicación...).
Con el paso del tiempo, ciertos modelos evolutivos clásicos se fueron refinando o, directamente, superando, a la luz de nuevos hallazgos neurocientíficos y conductuales que evidenciaban la complejidad de las interacciones entre las distintas regiones y niveles del sistema nervioso. Uno de estos enfoques históricos que más popularidad alcanzó fue el del cerebro triuno propuesto por MacLean a mediados del siglo pasado. A continuación se expone una revisión crítica de dicho modelo y su repercusión en la neurociencia del movimiento, con un énfasis especial en la neurorrehabilitación infantil.
Revisión crítica del modelo del cerebro triuno
Siguiendo el texto de Anaya (2022) vamos a hacer una revisión sobre este popular enfoque evolutivo en neurociencia, incorporando detaller y referencias para ampliar la perspectiva. Estos enfoques de tratamiento ya han sido superados con el paso del tiempo en neurociencia del movimiento, no es que sean completamente falsos, ya que sirvieron para el desarrollo de los paradigmas que manejamos actualmente, pero sí es cierto que han quedado relegados a un segundo plano porque tenemos modelos explicativos más completos. Por tanto, lo que pretendemos no es criticar de forma gratuita, sino en perspectiva histórica, ya que todavía hay muchos profesionales que no están actualizados y pueden pensar que estos paradigmas son un enfoque de elección en la evaluación o tratamiento de las personas que los visitan [y nada más lejos de la realidad, a la vista de la evidencia científica actual].
El llamado Modelo del cerebro triuno fue desarrollado a finales de los 50s del siglo pasado por autores como MacLean. Como resumen, es un modelo que presenta varios niveles de desarrollo evolutivo, que pueden recibir distintos nombres, pero que se caracterizan por presentar un nivel creciente de
madurez hasta la corticalización completa, que sería el nivel deseable de desarrollo. Así, se establecen capas en la estructura encefálica, representadas por distintos modelos animales [por ejemplo reptil si hablamos de troncoencéfalo, mamífero si hablamos de límbico, etc.] que van desarrollándose conforme la persona madura: a cada capa le corresponderían unas capacidades funcionales determinadas [por ejemplo, el patrón de reptación es propio de los reptiles y dependiente de troncoencéfalo, mientras que el gateo tiene que ver ya con la coordinación interhemisférica a nivel subcortical o la marcha bípeda con el desarrollo de las cortezas, etc.]. Para conseguir un correcto desarrollo, el niño debe pasar por todas las etapas de forma completa, sin saltarse ninguna, en el momento adecuado y evolucionando de una a otra, ya que para desarrollar un nivel superior [por ejemplo las funciones cognitivas corticales] es necesario que los niveles inferiores [por ejemplo los reflejos medulares] hayan sido correctamente integrados. Por tanto, se trata de un enfoque tremendamente jerárquico, evolucionista y lineal, de base. A pesar de ser un modelo bastante intuitivo, se enfrenta a grandes limitaciones:
Las capas están superpuestas: por poner un ejemplo, como se descubrió conforme pasaron las décadas, existen áreas neocorticales [en teoría, las que deberían ser más modernas y jerárquicamente más elevadas] que se ocupan de funciones típicas de la capa límbica [sirva de ejemplo el papel de las cortezas orbitarías en la regulación conductual o la relación de las prefrontales dorsolaterales con la regulación de la actividad amigdalina]. Por tanto, no podemos caer en la llamada falacia evolutiva: aunque nuestras estructuras subcorticales se parezcan a las de otros animales, su evolución no fue lineal ni se estancó en un momento dado, sino que han seguido desarrollándose conforme evolucionaba el resto del sistema nervioso: aunque nuestra médula estuviera antes que el cerebro que conocemos ahora, no quiere decir que no hayan evolucionado las dos estructuras de forma conjunta. En resumen,no podemos pensar que la evolución fue pegando capas sin que hubiera ningún cambio en las que ya estaban allí. Si os apetece, podéis leer el artículo de Cesario que os dejo en las fuentes [con el sugerente título: Tu cerebro no es una cebolla con un diminuto reptil dentro].
La mayoría de los procesos que guían el movimiento no se producen de forma jerárquica desde las capas superiores [más modernas] hacia las inferiores, sino que es más bien al contrario: es decir, no todo el procesamiento funcional es top-down [como defienden estos modelos: solo la corticalización hace funcional a los niveles inferiores], sino que la mayoría de los procesos son down-top. Por ejemplo, existen vías medulares ascendentes especializadas en la gestión del automatismo de marcha en el adulto que son completamente independientes de la atención explícita [ni siquiera proyectan a las cortezas cerebrales] y que nutren los bucles cerebelosos de disparo y corrección del automatismo. Otros ejemplos han venido a lo largo de las décadas de la mano de los profesionales que desarrollaron los enfoques del embodiment y la importancia que tienen los procesos somáticos en el desarrollo de la emoción y la cognición [todas recordaréis los famosos experimentos que relacionaban la hora del día (y el hambre que sentían los jueces) con la dureza de las penas impuestas; o como al sujetar un vaso de agua muy fría los participantes de los experimentos tienden a juzgar a otras personas con adjetivos relacionados con esta sensación, sin toma de conciencia explícita]. Si os apetece un resumen sobre este tipo de enfoques os recomiendo leer el libro Behave de Sapolski, en el que se tratan de una forma muy divulgativa y amena.
La mayoría de las disfunciones observables en los distintos niveles estructurales tras una lesión son consecuencia de la propia patología, no la causa de que el desarrollo no se haya completado. Es decir, si una persona nace con un daño cerebral, es ese daño cerebral el que provoca la alteración de los reflejos simples, las automatizaciones, la disminución de la capacidad de gestionar grados de libertad y la falta de adquisición de hitos motores [como formas de locomoción más desarrolladas como la marcha bípeda]. Es un error conceptual de base considerar que la alteración de los niveles inferiores sea la causa de que no se haya evolucionado hacia formas más complejas de funcionamiento. En este momento, no he encontrado ni rastro de evidencia científica [ni siquiera es plausible desde el punto de vista de lo que conocemos sobre aprendizaje y control motor] de que la alteración de los niveles inferiores sea causa [y no consecuencia del cuadro patológico] de la falta de desarrollo de esos otros niveles superiores [como funciones cognitivas]. Además, solo hay que fijarse en la práctica clínica para encontrar abundantes ejemplos de personas que, a pesar de tener una alteración motora masiva [por ejemplo, distonía u otros tipos de hiperresistencia al estiramiento de origen neural generalizada, parálisis progresivas completa desde el nacimiento por muerte de motoneurona…], experimentan una maduración cognitiva sin ningún tipo de alteración. Por tanto, la relación entre la maduración de estos niveles propuestos por los defensores del cerebro triuno no puede ser lineal [hacia arriba], sino que responde al principio de emergencia propuesto desde dinámica de sistemas [el enfoque más complejo con el que contamos actualmente para definir al movimiento humano].
La maduración neural y la plasticidad (tanto en periodos críticos del desarrollo como en la vida adulta) suponen una reorganización continua que no sigue necesariamente un orden lineal, escalonado y rígido (Feigin et al., 2021).
Por último, en neurofisioterapia, por ejemplo, a menudo utilizamos técnicas para modular los reflejos que se basan en aprendizaje implícito no asociativo [inhibición, facilitación, saturación, extinción, habituación, sensibilización...]. Estos procesos son, eminentemente, de gestión polisináptica y la modulación supraespinal que reciben es criterio necesario [pero no suficiente] para generar función adaptativa. Por tanto, todas las técnicas de modulación de reflejos se utilizan, actualmente, como tratamiento sintomático para facilitar el entrenamiento funcional posterior, pero nunca constituyen una técnica aislada de elección de tratamiento.
Sin queréis profundizar en los mecanismos sinápticos que explican el cambio en el rendimiento de los reflejos [por ejemplo, mediante la repetición] podéis revisar los trabajos de Burke] o, incluso, ir un poco más atrás y revisar la apasionante historia de Eric Kandel y su amiga, la Aplysia Californica.
Reflexiones clínicas
Evaluación de reflejos en el primer año de vida
Tal como menciona Anaya (2022), las herramientas de evaluación de reflejos siguen siendo de gran utilidad en neonatos y lactantes, ya que permiten identificar alteraciones tempranas en la organización sensoriomotora. Sin embargo, la presencia o persistencia de ciertos reflejos primitivos no explica de manera lineal la evolución (o no) de las habilidades superiores. Más bien, actúa como un indicador clínico de posibles alteraciones estructurales o funcionales que habrán de valorarse en conjunto con otras pruebas.
El papel del entorno y la práctica
Desde la óptica evolutivista actual y las teorías de sistemas dinámicos, se reconoce el enorme peso de la experiencia, el ensayo-error y la variabilidad motora en la adquisición y perfeccionamiento de las habilidades. Por ello, en la práctica clínica, cada vez se hace más hincapié en intervenciones centradas en tareas funcionales y en entornos enriquecidos, donde la persona pueda aprender haciendo y reconfigurar las redes motoras.
Dimensión cognitiva y emocional
Lejos de una separación tajante entre lo “motor” (supuestamente subcortical) y lo “cognitivo” (supuestamente cortical), los hallazgos en neurociencia muestran una **estrecha interrelación** entre emoción, cognición y acción motora (Sapolsky, 2017). Esto respalda la idea de que el control motor no puede explicarse de forma jerárquica y lineal, sino como un sistema complejo de redes en continua interacción.
Neuroplasticidad y recuperación tras la lesión
Los procesos de plasticidad y reorganización neural permiten que, ante daño cerebral, la persona pueda recuperar (al menos de forma parcial) funciones motoras mediante diferentes mecanismos de compensación y de reaprendizaje. Este fenómeno se fundamenta en la actividad coordinada de múltiples regiones cerebrales y medulares, no únicamente en la supuesta integración secuencial de capas (Nudo et al., 2019).
Resumiendo, del enfoque evolucionista de estos años nos quedamos con los protocolos de evaluación de reflejos en el primer año de vida, que sí nos pueden dar pistas sobre la presencia de alguna alteración estructural o funcional en el sistema nervioso [al ser el reflejo, como comentamos, el ladrillo más básico sobre el que se construye el aprendizaje motor]. Pero, repito, no puede confundirse el síntoma con la causa y establecer relaciones que vayan más allá de la correlación [nunca la causalidad] entre la mejora de los niveles inferiores [reflejos, automatismos] y los superiores [cognición, por ejemplo, lenguaje]. (Anaya, 2022).
ENFOQUES EVOLUTIVOS, JERÁRQUICOS Y REFLEXÓGENOS EN PCI
Como resumen de las entradas sobre reflejos, jerarquías y evolución, quiero citaros el ejemplo de un trabajo publicado por el grupo de Novak y reeditado en varias ocasiones, en el que se hace una clasificación muy intuitiva sobre qué abordajes de este tipo se pueden utilizar en el tratamiento en infantil:
Todos los enfoques basados en abordaje centrado en reflejos, evolucionismo lineal y neurofacilitación [principalmente los que se basan en repetición de movimientos estereotipados] NO están recomendados para mejorar aspectos motores [caen por debajo de la línea del probably don’t do it (en el caso de reflejos y Vojta) y llegan incluso al DON’T DO IT (en el caso de los enfoques de repetición de reflejos o movimientos estereotipados, incluidos dentro de las técnicas basadas en neurodevelopmental, neurodesarrollo]. Esta falta de eficacia y recomendación de NO HACER es especialmente intensa en los métodos que utilizan la facilitación pasiva o asistida de movimientos [sea en el nivel que sea, desde reflejos, automatizaciones o volitivo], dejando claro que no solo no han demostrado eficacia en la regulación del tono, los reflejos o el desempeño motor, sino que los conceptos en los que se basan [aprendizaje a partir de repetición y corrección de reflejos/patrones de movimiento] pueden ser contraproducentes al limitar la experiencia de movimiento basado en los principios de aprendizaje motor que han sido demostrados en las últimas décadas. Como conclusión, resumida, en palabras de los propios revisores y especialistas: una experiencia pasiva/asistida y repetida de un movimiento, proporcionada a través de un enfoque terapéutico práctico de un cuidador o terapeuta, no implica ninguna resolución de problemas por parte del niño, ni ninguna activación de su circuito motor.
En el caso del ámbito cognitivo, directamente, los autores ni siquiera incluyen este tipo de técnicas basadas en neurodesarrollo, ya que no se ha podido evidenciar, en ningún caso, que esa línea que conecta el desarrollo de primitivos motores [como los reflejos] con la cognición sea correcta.
Aun así, es cierto que las técnicas que quedan por debajo de la línea de puntos de la recomendación clínica comparten con las anteriores el hecho de ser técnicas que no tienen en cuenta la resolución activa de problemas por parte del niño. Por tanto, como resumen, las técnicas clásicas de tratamiento con enfoque motor [de base reflexógena, neurofacilitadora, evolucionista, correctiva, pasivo/asistida, con enfoque en neurodesarrollo normotípico] deberían ser completamente desplazadas de la práctica clínica en PCI; para ser sustituidas por enfoques que tengan en cuenta la resolución activa de problemas [con interacción motor/cognitivo], las bases de aprendizaje motor [generalización, transferencia…] y el análisis basado en interacción individuo / entorno / tarea, que flexibilicen las estrategias dirigidas a objetivos concretos, definidos y ecológicos. Especialmente ineficaces se colocan todas los enfoques que se sustenten en la aplicación de maniobras por parte del terapeuta / cuidador que consistan en la repetición de movimientos estereotipados durante un número de repeticiones o tiempo predeterminado, por mucho que esos patrones de movimiento se parezcan a las estrategias desarrolladas por personas sin patología neurológica.
Conclusiones
Las teorías evolutivistas en el control motor constituyen un precedente fundamental para entender cómo se investigó y conceptualizó históricamente el desarrollo y la organización del movimiento. El modelo del cerebro triuno, aunque aportó una visión aparentemente simple e intuitiva, ha quedado obsoleto ante la evidencia acumulada en varias décadas de investigación. Los avances en neuroimagen, en estudios sobre plasticidad y en la comprensión de la interacción bottom-up y top-down han ofrecido un panorama mucho más complejo e integrador de la función motora.
En el ámbito clínico, es esencial:
Utilizar los enfoques históricos con espíritu crítico y no como guía principal para la intervención.
Reconocer el rol de la modulación de reflejos como estrategia sintomática o de apoyo, no como la base del tratamiento.
Mantener una perspectiva multifactorial que incluya la interacción con el entorno, la motivación, la emoción y la cognición.
Diseñar terapias basadas en los principios de aprendizaje motor, la práctica centrada en tareas y la significación personal. El abordaje basado en reflejos y evolutivismo no debe ser la base sobre la que se asiente el tratamiento, ni en adultos ni en infantil.
Con todo ello, se logra una visión más realista y efectiva de la terapia, aprovechando al máximo la capacidad de reorganización del sistema nervioso y reconociendo que el control motor es fruto de la colaboración de múltiples redes y no solo de una integración piramidal de funciones.
Referencias
Anaya, J. (2022). Trastornos Neuromotores: PCI, trastornos motores y de la coordinación. Recurso de aprendizaje en texto de la II edición del Máster en Neuropsicología Clínica infantil UMA. Revisión crítica de enfoques clásicos en neurociencia del movimiento.
Cesario, J., Johnson, D. J., & Eisthen, H. L. (2020). Your Brain is not an onion with a tiny reptile inside. Current Directions in Psychological Science, 29(3), 255–260.
Dickstein R. (2008). Rehabilitation of gait speed after stroke: a critical review of intervention approaches. Neurorehabilitation and neural repair, 22(6), 649–660. https://doi.org/10.1177/1545968308315997
Feigin, V. L., Vos, T., Nichols, E., Owolabi, M. O., Carroll, W. M., Dichgans, M., Deuschl, G., Parmar, P., Brainin, M., & Murray, C. (2020). The global burden of neurological disorders: translating evidence into policy. The Lancet. Neurology, 19(3), 255–265. https://doi.org/10.1016/S1474-4422(19)30411-9
Nielsen J. B. (2016). Human Spinal Motor Control. Annual review of neuroscience, 39, 81–101. https://doi.org/10.1146/annurev-neuro-070815-013913
Novak, I., Morgan, C., Fahey, M., Finch-Edmondson, M., Galea, C., Hines, A., Langdon, K., Namara, M. M., Paton, M. C., Popat, H., Shore, B., Khamis, A., Stanton, E., Finemore, O. P., Tricks, A., Te Velde, A., Dark, L., Morton, N., & Badawi, N. (2020). State of the Evidence Traffic Lights 2019: Systematic Review of Interventions for Preventing and Treating Children with Cerebral Palsy. Current neurology and neuroscience reports, 20(2), 3. https://doi.org/10.1007/s11910-020-1022-z
Nudo, R. J., Plautz, E. J., & Frost, S. B. (2001). Role of adaptive plasticity in recovery of function after damage to motor cortex. Muscle & nerve, 24(8), 1000–1019. https://doi.org/10.1002/mus.1104
Sapolsky, R. (2017). Behave: The Biology of Humans at our Best and Worst. Penguin Press.
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