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Abriendo melones en LENGUAJE

Actualizado: 14 jun

Episodio 141 del podcast de la Fundación AISSE sobre lenguaje, con Paula Iglesias, Jaime Paniagua, Aarón del Olmo y Julio González
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La neuropsicóloga Paula Iglesias, del equipo clínico de la Fundación AISSE, inaugura este episodio destacando un malestar común entre los profesionales del lenguaje: la distancia entre los modelos académicos tradicionales y la complejidad real de los pacientes. Acompañada por tres referentes del estudio clínico del lenguaje en España[ Jaime Paniagua (logopeda), Aarón del Olmo (neuropsicólogo) y Julio González (logopeda y neuropsicólogo)], se propone repensar los modelos clásicos desde la experiencia clínica, para generar nuevas formas de describir, evaluar y tratar los trastornos del lenguaje.

Esta conversación entre disciplinas propone abrir melones (una expresion que se usa mucho en España para describir cuando alguien habla de un tema polémico o complejo) importantes que no siempre se abordan en los manuales, pero que son cruciales para quienes trabajan con personas con afasia, demencia, TCE u otros cuadros donde el lenguaje es clave para la autonomía.


🗂️ Primer melón: ¿Tiene sentido seguir hablando de afasias fluentes y no fluentes?


Uno de los primeros conceptos puestos en cuestión por Jaime Paniagua es la clasificación binaria entre afasias fluentes y no fluentes, especialmente extendida en contextos hospitalarios y académicos. Esta distinción, que suele asociar fluidez con la afasia de Wernicke y disfluencia con la de Broca, resulta poco útil para la práctica clínica actual, ya que:



  • No distingue entre fluidez articulatoria y eficiencia comunicativa.

  • Genera confusión con términos como fluencia (fluidez automática del discurso) y fluidez (capacidad para organizar el discurso, vinculada a funciones ejecutivas).

  • Se asocia erróneamente con el rendimiento en tareas de evocación verbal, cuando estas miden otros procesos cognitivos, como la recuperación léxica, la memoria de trabajo o la organización categorial.


Julio González propone reemplazar la denominación fluencia verbal por tareas de evocación categorial o evocación verbal, en referencia a pruebas como nombrar animales o palabras que comiencen por una letra. Desde su enfoque, estas tareas reflejan procesos complejos de memoria semántica, planificación y control ejecutivo, más allá del esfuerzo articulatorio. Esta distinción permite comprender por qué algunos pacientes considerados fluentes fracasan en pruebas de evocación, mientras que otros no fluentes se comunican eficazmente.


Aarón del Olmo, por su parte, insiste en que la fluidez automática del lenguaje no es un indicador de su eficacia. Propone una diferenciación clara entre la competencia lingüística (estructura del lenguaje) y la competencia comunicativa (eficiencia en contextos reales). Desde este enfoque, la dicotomía fluente / no fluente pierde utilidad clínica y conceptual, y se vuelve urgente incorporar evaluaciones que reflejen el uso funcional del lenguaje en la vida cotidiana.

Paula Iglesias cierra este bloque proponiendo un primer consenso: abandonar el uso del término fluencia verbal como sinónimo de evocación categorial, y empezar a nombrar correctamente estas tareas por los procesos que realmente implican.

📌 Todas las afasias podrían considerarse no fluentes en algún nivel; lo que varía es su capacidad para mantener la comunicación (Paula Iglesias)

🔍 Segundo melón: competencia lingüística ≠ competencia comunicativa


Uno de los giros más reveladores de la conversación se da cuando Jaime Paniagua pone sobre la mesa la necesidad de distinguir entre lo que un paciente sabe del lenguaje (competencia lingüística) y lo que hace con él (competencia comunicativa).

Un ejemplo paradigmático que menciona es el de una paciente con una afasia severa, con una única palabra perseverativa (por ejemplo, TO), pero que era capaz de mantener una vida social activa, realizar compras y hablar por teléfono. Desde los parámetros clásicos de evaluación, esa paciente hubiera recibido un diagnóstico de afasia global, que no reflejaría en absoluto su eficiencia comunicativa en contexto real.

🧾 “¿Qué sentido tiene una clasificación de afasia para alguien que habla con una sola palabra, pero se comunica mejor que muchos supuestos ‘fluentes’?”(Jaime Paniagua)

Este caso abre una crítica profunda al reduccionismo de las etiquetas diagnósticas, que se centran en déficits estructurales del lenguaje sin tener en cuenta la funcionalidad del sujeto. Como apunta Julio González, la mayoría de los procesos de evaluación siguen anclados en pruebas estandarizadas que arrojan puntuaciones cuantitativas, dejando de lado la riqueza cualitativa de la observación clínica.


📋 Evaluar la comunicación más allá de la prueba


Tanto Julio como Aarón Del Olmo coinciden en que la evaluación debe centrarse no solo en lo que falla, sino en cómo se adapta el paciente a sus limitaciones, qué estrategias utiliza y cuál es el impacto real de sus déficits en el día a día. Se plantea así la necesidad de una neuropsicología y una logopedia de precisión, que atienda tanto a:

  • Los procesos cognitivos involucrados en el lenguaje (memoria de trabajo, atención, inhibición, funciones ejecutivas).

  • Como a la capacidad del paciente para comunicarse en contextos reales, con o sin lenguaje verbal estructurado.

La discusión toma un giro clínico muy valioso: la importancia de adaptar la intervención no solo a las pruebas, sino al entorno del paciente, sus necesidades reales, sus redes de apoyo, y su motivación para comunicarse.



🧭 Hacia un nuevo mapa: del modelo clásico a las rutas dorsal y ventral


Frente a la rigidez de los modelos de afasias del siglo XIX (Broca, Wernicke, conducción, etc.), se propone adoptar un enfoque basado en redes de procesamiento del lenguaje, apoyado en los descubrimientos de la neurociencia contemporánea. Este modelo se estructura en dos grandes rutas:

  • Ruta dorsal: más especializada en el procesamiento fonológico, la secuenciación articulatoria, la memoria verbal de trabajo y las tareas de repetición. Implicada en la producción verbal estructurada.

  • Ruta ventral: bihemisférica, asociada al procesamiento semántico, el acceso al significado, la lectura y la comprensión global del mensaje. Permite compensar déficits de la ruta dorsal.

Jaime Paniagua y Aarón Del Olmo describen cómo, en la práctica clínica, los pacientes tienden intuitivamente a reclutar una ruta cuando otra está comprometida, y cómo estas estrategias de compensación pueden guiar el tratamiento:

📌 Una persona puede perder la capacidad de decir una palabra, pero si conserva el acceso semántico, puede escribirla, dibujarla o buscar formas de comunicar su significado (Aarón Del Olmo)

Este enfoque tiene una base empírica sólida, ya que en el estudio de las afasias progresivas primarias se ha logrado avanzar gracias a este tipo de descripciones funcionales, que no encajan del todo con los modelos clásicos pero permiten explicar con más precisión la conducta observada (Gorno-Tempini et al., 2011).

Paula Iglesias propone asumir este modelo como guía clínica, abandonando la idea de que todo está igual de afectado y reconociendo que el lenguaje es un conjunto de procesos interconectados, que no se degradan en bloque. Como ejemplo, menciona casos donde la vía escrita permite más acceso léxico que la producción oral, lo que puede aprovecharse terapéuticamente.


🧩 Una clasificación funcional propuesta desde la experiencia


Aunque en tono informal, Jaime Paniagua comparte una propuesta clasificatoria personal basada en dos ejes:

  1. La ruta predominante que parece utilizar el paciente (dorsal, ventral, compensada).

  2. Su funcionalidad en la vida diaria, atendiendo a tres indicadores:

    • Eficiencia: ¿logra comunicar lo que desea?

    • Participación: ¿busca activamente comunicarse?

    • Autonomía: ¿depende de otros para comunicarse?

Esta matriz permite situar rápidamente al paciente, no en base a etiquetas estáticas, sino a dinámicas observables y modificables, que se pueden trabajar en intervención individual y en entornos naturales. Es un ejemplo claro de cómo el conocimiento clínico puede generar hipótesis valiosas para futuras investigaciones.


🧩 Conclusiones: hacia una neuropsicología de precisión y un lenguaje clínico más útil


Tras hora y cuarto de conversación, los cuatro profesionales cierran el episodio con conclusiones que, lejos de cerrar, abren caminos de exploración y revisión profunda. No solo se cuestiona el lenguaje que usamos para describir los trastornos, sino que se reclama un cambio de paradigma en cómo pensamos la evaluación, el diagnóstico y la intervención.


🔬 Hacia una neuropsicología de precisión


Aarón del Olmo introduce una idea que articula bien el espíritu de todo el episodio: así como la medicina está avanzando hacia una medicina de precisión, la neuropsicología debe avanzar hacia una evaluación personalizada, contextual y transdisciplinar.

🧠 Para hacer una buena evaluación del lenguaje, muchas veces hay que evaluar más allá del lenguaje: memoria, funciones ejecutivas, afectividad, entorno, motivación… (Aarón del Olmo)

Esto implica, según Aarón, no solo entender los mecanismos cognitivos implicados en el lenguaje, sino también trabajar con otros profesionales (logopedas, terapeutas ocupacionales, fisioterapeutas) para abordar el caso con una mirada más amplia y contextualizada. Además, recuerda que no se trata solo de precisión técnica, sino también de precisión psicológica: entender cómo el paciente vive su dificultad, cómo la representa, cómo le impacta emocionalmente.

Esta visión desmonta el modelo biomédico clásico, basado exclusivamente en déficits, y promueve una evaluación e intervención centradas en la persona, su biografía, sus estrategias y sus posibilidades reales de comunicación.


🧱 Crítica al determinismo formativo: enseñar la incertidumbre


Paula Iglesias plantea otra cuestión clave en el cierre del episodio: la formación de nuevos profesionales. Muchos estudiantes y recién titulados llegan al lenguaje desde un lugar de temor y búsqueda de certezas absolutas. Paula denuncia que esta formación basada en clasificaciones cerradas y respuestas deterministas genera un tipo de terapeuta que aplica intervenciones prediseñadas en función de etiquetas diagnósticas, sin considerar la especificidad del caso.

📌 Tenemos que formar profesionales que se sientan cómodos con la incertidumbre, que sepan hacer preguntas, observar, adaptarse (Paula Iglesias)

Por ejemplo, menciona la intervención repetida (y muchas veces ineficaz) de trabajar praxias orofaciales frente al espejo en pacientes con afasia, sin haber evaluado primero si esa es realmente la vía alterada o si hay otros recursos más eficaces (como la escritura, el dibujo o el gesto).


Esta reflexión conecta con el enfoque de pensamiento clínico crítico que promueve la Fundación AISSE: más allá de aplicar técnicas, se trata de comprender fenómenos complejos y dinámicos, y diseñar intervenciones significativas para la vida del paciente.



🗺️ Nuevas vías: redes, rutas y semántica


Los cuatro ponentes coinciden en que la terminología tradicional (fluente/no fluente, afasia de Broca, de Wernicke…) no refleja la complejidad del lenguaje en clínica y debe ser sustituida por modelos funcionales que:


  • Distingan rutas dorsal y ventral.

  • Incorporen procesos cognitivos y contextuales.

  • Describan la eficiencia comunicativa, no solo el desempeño lingüístico estructural.


En este sentido, se propone una taxonomía basada en perfiles funcionales que incluya variables como:


  • Ruta predominante activa (dorsal o ventral).

  • Eficiencia comunicativa.

  • Participación social.

  • Nivel de autonomía.

Esta clasificación no pretende reemplazar los diagnósticos médicos, sino complementarlos con información útil para la intervención, adaptada al caso y a sus necesidades reales.


📘 Compromisos y proyección futura


Como gesto simbólico y operativo, Paula anuncia que a partir de ahora en sus informes clínicos sustituirá el término fluidez verbal por evocación categorial, explicándolo entre paréntesis si es necesario. Es una forma concreta de generar cambio desde la práctica diaria.


La conversación se cierra con un deseo compartido: que esta reflexión no quede en una anécdota de pódcast, sino que genere debate, inspire a más profesionales y dé lugar a un futuro grupo de trabajo interdisciplinar que repiense la evaluación del lenguaje desde criterios clínicos, humanos y científicos.

💬 A mí me gustaría que esto diera pie a una tercera parte, a nuevas propuestas, a nuevas clasificaciones... Y sobre todo, que más gente se atreva a cuestionar lo que damos por sentado (Jaime Paniagua)

📚 Referencias:


  • Fedorenko, E., & Thompson-Schill, S. L. (2014). Reworking the language network. Trends in cognitive sciences, 18(3), 120–126. https://doi.org/10.1016/j.tics.2013.12.006


  • Gorno-Tempini, M. L., Hillis, A. E., Weintraub, S., Kertesz, A., Mendez, M., Cappa, S. F., Ogar, J. M., Rohrer, J. D., Black, S., Boeve, B. F., Manes, F., Dronkers, N. F., Vandenberghe, R., Rascovsky, K., Patterson, K., Miller, B. L., Knopman, D. S., Hodges, J. R., Mesulam, M. M., & Grossman, M. (2011). Classification of primary progressive aphasia and its variants. Neurology, 76(11), 1006–1014. https://doi.org/10.1212/WNL.0b013e31821103e6


  • Mesulam M. M. (2001). Primary progressive aphasia. Annals of neurology, 49(4), 425–432.

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